“Dragón reunió a sus lugartenientes en el garaje del taller del Barrio Sur donde tenía la tapadera del “gran negocio”. Siempre había sido muy cauto y planificaba todo hasta el último detalle. Así que cuando algo se salía de sus cuidados esquemas, lo sacaba de quicio... y mucho. Demasiadas veces había visto cómo por culpa de gente descuidada, los negocios se iban al garete, caídos como castillos de naipes ante el viento. Una palabra fuera de lugar, una ostentación de lujo, como un deportivo último modelo o una fiesta sin control; podían llamar la atención de la brigada antidroga y acabar con su pequeño pero floreciente imperio. Por esa razón había seleccionado muy bien a sus hombres, y por eso, le enfadaba sobremanera que alguno le hubiera salido rana. Esta vez, en su estanque, parecía que se le había colado  más de un anfibio.”

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Nara Olsen. (Extracto del libro Corazones de alquitrán. Dragón, un jefe mafioso,  sospecha que entre sus hombres hay un infiltrado.)